El controvertido cuadro que dio inicio al movimiento prerrafaelita es sin duda “Cristo en casa de sus padres”, del pintor británico John Everett Millais. Esta obra, terminada en 1850, causó un gran revuelo en la sociedad de la época debido a su realismo y a la representación no idealizada de la Sagrada Familia.
El cuadro muestra a Jesús, aún en la infancia, trabajando como carpintero en el taller de su padre José. La Virgen María, en segundo plano, observa con gesto serio la escena. Detrás de ellos se encuentran otros personajes bíblicos como San Juan Bautista y María Magdalena. El realismo de la obra es tal que se pueden apreciar los rasgos de fatiga en el rostro de Jesús, así como las manos ásperas y sucias por el trabajo manual.
Esta representación tan poco convencional y más cercana a la realidad causó indignación entre algunos sectores de la sociedad, quienes consideraron la obra blasfema y ofensiva. El hecho de retratar a Jesús como un niño común y corriente, lejos de la imagen idealizada que se tenía de él, generó un debate sobre los límites del arte sacro y la libertad creativa de los artistas.
Sin embargo, esta polémica obra fue fundamental en el surgimiento del movimiento prerrafaelita, que abogaba por un retorno a la pureza y la sinceridad de la pintura anterior al Renacimiento. Los prerrafaelitas rechazaban el academicismo y la idealización de la pintura de la época, buscando en cambio una representación más fiel a la naturaleza y a la realidad.
“Cristo en casa de sus padres” marcó el inicio de una nueva corriente artística que influyó en numerosos artistas de la época, como Dante Gabriel Rossetti, William Holman Hunt y John William Waterhouse, entre otros. Estos pintores se caracterizaban por su atención al detalle, su uso de colores vivos y su predilección por temas religiosos, literarios y mitológicos.
A pesar de la controversia inicial, el cuadro de Millais es hoy considerado una obra maestra del realismo victoriano y un hito en la historia del arte. Su impacto en el panorama artístico del siglo XIX es innegable, y su influencia perdura hasta nuestros días.