Regiones Blog Uncategorized Me inicié en el kárate a finales de los 40. Ser tan mala en algo es…

Me inicié en el kárate a finales de los 40. Ser tan mala en algo es…

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La otra noche luché contra cuatro adolescentes. Uno me dio un puñetazo, otro me agarró por los hombros, un tercero me puso las manos en la garganta y el último se abalanzó sobre mí con un garrote. Con reflejos a lo Miyagi, me enfrenté a cada agresión con técnicas de defensa memorizadas puntuadas con un confidente: ¡HI-yah!

Así es como debía ser la prueba de mis habilidades de karate con cinturón blanco.

Algunos de los alumnos más avanzados, los que me estrangulaban y demás, tienen padres más jóvenes que yo. En la vida real, durante esta secuencia antes descrita, metí la pata en la mayoría de las respuestas de ataque coreografiadas, y me disculpé en voz alta (Lo siento… omygosh, lo siento, oops, lo siento) a cada uno de los niños mientras les daba patadas y hachazos a medias.

Además, mi HI-yah era apenas audible (definitivamente no iba seguido de un signo de exclamación).

Con humillante formalidad, el sensei me entregó un cinturón amarillo sol al final de la hora.

Me sentí condescendiente y ridícula, pero también tenía una sonrisa pegada a la cara en el momento posterior. Y había una sensación extraña -creo que era compasión, por yo mismo-burbujeando bajo la superficie contrariada.

También, notablemente, mi constante y oscuro compañero, una melancolía y pánico de bajo grado, se había ido, aunque temporalmente, de excursión.

Lo bueno de estar triste

En la obra de T.H. White El rey de antaño y del futuro, Arturo pregunta a su maestro Merlín de qué sirve estar triste.

Lo mejor para estar triste, respondió el mago, es aprender algo.

Se me rompió el corazón cuando murió mi madre. La eché de menos y asumí el dolor de mi padre y de mis hijos. Además, su muerte puso de manifiesto con estremecedora claridad el hecho, antes ficticio, de que todos los que quiero morirán.

La mujer que me amaba y me hería como sólo una madre puede hacerlo ya no existía en este mundo. Eso sacudió mis cimientos, me desató y me asustó.

Ahora llevo conmigo la certeza de la muerte y no tengo ningún deseo de desprenderme de ella, no sea que me coja desprevenida.

Sólo tengo que tener cuidado de que la tristeza que ahora se filtra en cada experiencia no desaliente el amor o la alegría.

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